PROGRAMA PLAT: "DESPEDIDAS TRANSLÚCIDAS", DE ANDREA MORÁN FERRÉS

Ahora que termina el verano uno recuerda que los viajes no acaban al llegar a casa. Aun queda deshacer las maletas y asimilar los recuerdos que se han colado, las consecuencias que han vuelto con nosotros. Los autores de estas películas decidieron (quizá en el fondo la decisión fue necesidad) convertir en cine el contenido de su maleta, sus viajes, o casi sería más certero decir que cuando las experimentaron esas vivencias ya eran de por sí cinematográficas. Al verlas uno siente como espectador que se ha colado en la sala a escondidas, sin permiso para estar allí, para ver aquello. Dudas de quién es el verdadero destinatario de estas cartas que van del "yo" al "tú" sin que parezcan contemplar la presencia de una tercera persona, una que está al otro lado de la pantalla pero que ya forma parte de tan íntimo ejercicio de comunicación. Esa intimidad ajena se vuelve reconocible al cabo de unos instantes. Aun perteneciendo a otros, participas de ella y haces tuyos los silencios y las conversaciones, las botas rojas incluso… Estas tres historias, separadas por miles de kilómetros, terminan siendo tres autorretratos frente a tres compañeras de viaje. Tres es el número. Tres parejas que conjugan en pasado y en presente el verbo "querer" en la Plaza Roja de Moscú ("Diario ruso"), en un piso berlinés ("Berlín 19º") y en las dunas del desierto ("Límites primera persona"). Diferentes, sí, únicas, por su uso del yo para posicionarse frente al relato, pero con una misma composición -y disposición: él, la cámara y ella, siempre en este orden- que parece dictar como inevitable el futuro cinematográfico de la despedida que está a punto de acontecer.

Programa "Despedidas translúcidas":

1.- Berlin 19º, de Ion de Sosa (13').

2.- Límites primera persona, de León Siminiani (8').

3.- Diario Ruso, de Jorge Tur (22').

Duración total del programa: 43'.

Él, la cámara y ella

Estas tres películas bien podrían verse como cristales translúcidos por lo que dejan intuir al otro lado. No son películas opacas que parecen haber salido de la nada (de nadie), ni tampoco son del todo transparentes, como escaparates de exhibición. Adivinas tras ellas una sombra difusa pero honesta, una manera de ser y de estar, de ver. Y de acuerdo a esa silueta plantean también una manera de contar.

En “Berlín 19º” Ion de Sosa parece no esconderse de su propia cámara. No teme su cercanía física (esos primeros planos de su cara evolucionarán hasta el desnudo integral de True Love) pero la cercanía sentimental aun es escurridiza, por eso quizá cuando llega el momento de hablar es la voz de su compañera la que escuchamos. Un estilo directo y sin rodeos, mirando a cámara: "No consigo quererte más que antes". No hay contraplano ni reacción. Ella sigue explicando, nombrando sentimientos, uno tras otro y aunque su punto de vista prevalezca él no siente la necesidad de combatirlo. "Cuando nos besamos luego aparta la mirada, como si allí no hubiera pasado nada". Y también la película tiene algo de eso, de la timidez de no agarrar ni mirar a los ojos, de dejar hablar y aplazar la respuesta… Ésta llega después, en forma de laberinto. Es un final que parece imaginado más que vivido, volver a jugar, buscarse y encontrarse por última vez. Es lo bueno que tiene el cine, nos permite reinventarnos como el protagonista que no somos pero querríamos ser, uno que besa con fuerza y mira a los ojos.

En "Límites primera persona" Elías León Siminiani recorre el mismo camino pero en dirección contraria. Desmantela todas las capas que había construido en Zoom para quitarle el maquillaje al final soñado y aceptar el que realmente fue. Se mantiene físicamente fuera del encuadre pero a través de la voz en off -su auténtica voz- adquiere presencia. Desenmascarar el doblaje de Luis Callejo es el primer paso para enfrentarse al pixel, al sonido ventoso, a las panorámicas imperfectas y al verdadero significado de la imagen: una persona "cayendo", la otra grabando su caída. Esta vez sin trucos, aunque en el fondo siga habiéndolos (hay montaje, reiteración, ralentizados…). Aquí sabemos menos de ella pero sabemos algo importante. Ainhoa. Que no pase desapercibido el poder de nombrar, que el enigmático "ella" ya quede personificado, escoltado por vocales. En la frase final vuelve a aparecer su nombre, cuando ya nos creíamos a salvo, acostumbrados. "Y tú, Ainhoa". La narración se muda a la segunda persona y de nuevo nos invade esa sensación pudorosa de intimidad, algo difícil de explicar, ilusorio y construido piensas, sí, pero al mismo tiempo profundo, cálido, sincero, triste también, intenso… Todo lo que cabe entre "tú" y "yo".

En “Diario ruso”, estos pronombres se entrevén ya en la primera frase ("Pero siempre os andaba buscando. A ti y a tus botas rojas"). Aquí no escuchamos la voz de Jorge Tur, la leemos. La historia adquiere un tono poético tanto por las palabras sobre la imagen como por la observación calmada que se realiza del entorno. Es el único de los tres que decide desviar su cámara hacia los demás y ese voyeurismo se convierte en un recordatorio constante del estado de su relación. También la luz grisácea de la ciudad, el frío y el hielo. Mirar hacia afuera para mirar dentro. Todo huele a pasado en ese lugar y así está escrito el relato excepto el final, con ella sentada en el suelo de la plaza. Ese diálogo se reproduce en presente, en presente y en cursiva. También hay una promesa futura justo antes de que ella se levante tan rápido que no podamos verle la cara, sólo sus botas rojas. Son tan rojas como el jersey del chico que se cruza frente a la cámara y cuya ropa resalta la palabra que ahora
aparece escrita y en la que ya cuesta confiar… "Siempre".

¿Pero quién no confía? ¿La película o tú? Sobrevuela la posibilidad de que la silueta que hay tras el vidrio no sea de otro, porque esa sombra tiene ahora tu estatura, y tu ancho de hombros y se mueve como te mueves tú. No sé, quizá no sea un cristal, quizá sea un espejo translúcido. Porque no es Berlín, ni Moscú, ni Marruecos a donde has ido este verano o hace cuatro veranos, qué más da, pero en todas las maletas hay un adiós, en todas hay un "tú", en todas un "yo" y por suerte algunas películas nos hacen recordarlos.

Andrea Morán Ferrés

Filmin365

 

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