"Las aventuras plásticas de Velasco Broca y César", por Samuel Alarcón

Podemos afirmar haber encontrado una personalidad con una mirada cinematográfica poco usual en los humanos después de ver una película de Velasco Broca. Quizás sea un perfil más habitual entre los alienígenas o entre los marcianos. ¿No son la misma especie?. En el universo Broca, no. Debemos celebrar la especificidad de cada ser: criaturas del celuloide B, de los seriales televisivos de sci-fi británicos, del noir, del giallo, del documental etnográfico, o del relato erótico. Un rango dinámico altamente sensible de galaxias que alcanzan desde el arte abstracto hasta la serie Z.

La violencia de una horda de folclóricas apedreando un platillo volador aparcado en la costa. La nostalgia de la canción que recuerda un pulpo estelar sus últimos instantes de vida. La crueldad de un convoy de monstruos del que cae uno fulminado y el resto continúa la marcha sin inmutarse. La limpieza de los bordes de una veladura sobre la emulsión. La decrepitud de las líneas degeneradas por el VHS. Cada sentimiento es una estrella, y cada película que las retrata, una constelación.

             La costa láctea

Se puede decir esto o también que Broca está enfermo, que repite obsesivamente modelos que fagocitó en la infancia, que se crió fuera del mundo frente a un televisor o ante una colección de cómics y que nunca habló con nadie. Hasta hoy huye de quien quiere conocer más su cine, incluido quien escribe, aunque sólo en apariencia. Nos ha dejado en abierto una colección de delirios en PLAT.

Nos deja ver su infancia en Kinky Hoodoo Voodoo (2000). Una experiencia en un campamento de verano, en el que la acción de huir de las labores en la factoría de empaquetado de cerillas por parte de un niño nos habla del primer desvío de Broca. El trabajo en cadena no estaba hecho para él y le atrajo más la aventura entre la invasión extraterrestre y el erotismo del voyeur. El conjunto está envuelto con una plástica cinematográfica explícita, como si más que la evocación de un recuerdo todo hubiera sido visto en el cine. Comienzan los elementos de construcción del relato exclusivamente sugerido, los diseños marcianos en analógico con cráneos dentro de urnas y los deseos sexuales adolescentes. Las referencias al documental pedagógico apuntan al metraje encontrado y en un final pletórico de excentricidad, un rótulo anuncia un salto temporal que nos ofrece una imagen vaga y perturbadora, como ya lo hiciera el final de Un perro andaluz (1925).

            Kinky Hoodoo Voodoo

La simulación del metraje encontrado es la base de su siguiente trabajo, Der milchshorf: La Costra Láctea (2001). En este caso el documental etnográfico es el plato sobre el que cae el brebaje de extraterrestres, erotismo y folclore ibérico. La fotografía de Arturo Briones se afina para abandonar el blanco y negro plástico de Kinky Hoodoo Voodoo y busca más las trazas de un cine ya existente que almacenado durante años en filmotecas adquiere un sabor único. De texturas nos hablan también los cuerpos de fibra sintética flotantes en el mar. Entre lo postizo y lo integral, entre lo orgánico y lo inorgánico, se muestran rellenos de vísceras humanas dentro de un sinsentido biológico en la dirección de arte perturbadora realizada por Deneb Martos y Beatriz Navas. La Costra Láctea incluye un plano que conviene recordar y otro que no se puede olvidar. El primero es el punto de vista de un ser extraterrestre dentro de su platillo que observa cómo una legión de mujeres en traje regional apedrean su nave. La sensibilidad de un autor para ubicar su mirada en el punto de vista de un alien nos anima a cambiarnos de acera si nos cruzamos con él. El segundo plano incluye el primero de manera subliminal. Rodado en cámara lenta, un grupo de bañistas se dejan caer al agua por orden, como un ejército comenzando una misión. No sabría encontrar la conexión entre ambos momentos pero a estas alturas ya hemos descubierto que el cine de Velasco Broca es un asunto de forma.

            Der milchshorf: La Costra Láctea

En Las aventuras galácticas de Jaime de Funes y Arancha (2003) Velasco Broca deja de avistar marcianos para ir a por ellos en el espacio. La búsqueda en este cortometraje se dirige más hacia el gag estúpido, o lo que diez años más tarde ha comenzado a mal llamarse posthumor. Un año antes aparecía "La hora chanante". Nacho Vigalondo colabora en el guión en el comienzo del que sería su “personaje”. Velasco Broca estaba allí para llevar aquel caldo a su plato. Íñigo Ortega firma una fotografía que se aleja del grano cinematográfico para adoptar las luces ambientales de las series de los 70. En este terreno televisivo las referencias al medio son decenas, desde la Hormiga atómica, hasta los Simpsons, pasando por el Dr. Who, Monty Python, Zipi y Zape o Star Trek. La película funciona como capítulo piloto de una serie que nunca se desarrolló. De haberse realizado habría marcado a una generación que aún hoy permanecería en un psiquiátrico planeando cómo conquistar el mundo con sólo expulsar la bala de nuestro corazón todos a una. Todos locos, pero con la clave de que una revolución no está en la bala sino en el “todos a una”.

Las escrituras digitales marcan experimentos de filmación (Escritura digital nº 5 (2004)), de metraje encontrado (Mil pesetas (2010), Mate Dziecko (2007)), de animación (Composición maquinal (2005), Affeckt (2006)) o performance (Escritura digital nº3 (2003), Permanence (2005)). También son destacables sus trabajos con fotomontajes como En nuestros corazones amores (2007) o Regreso a las estrellas (2005). En ambos casos entramos en un campo de pruebas en el que con más o menos fortuna, más o menos calado, César ensaya efectos y gramáticas que reciclará para trabajos posteriores.

           Avant Pétalos Grillados

En Las aventuras galácticas de Jaime de Funes y Arancha (2003) Velasco Broca deja de avistar marcianos para ir a por ellos en el espacio. La búsqueda en este cortometraje se dirige más hacia el gag estúpido, o lo que diez años más tarde ha comenzado a mal llamarse posthumor. Un año antes aparecía "La hora chanante". Nacho Vigalondo colabora en el guión en el comienzo del que sería su “personaje”. Velasco Broca estaba allí para llevar aquel caldo a su plato. Íñigo Ortega firma una fotografía que se aleja del grano cinematográfico para adoptar las luces ambientales de las series de los 70. En este terreno televisivo las referencias al medio son decenas, desde la Hormiga atómica, hasta los Simpsons, pasando por el Dr. Who, Monty Python, Zipi y Zape o Star Trek. La película funciona como capítulo piloto de una serie que nunca se desarrolló. De haberse realizado habría marcado a una generación que aún hoy permanecería en un psiquiátrico planeando cómo conquistar el mundo con sólo expulsar la bala de nuestro corazón todos a una. Todos locos, pero con la clave de que una revolución no está en la bala sino en el “todos a una”.

Las escrituras digitales marcan experimentos de filmación (Escritura digital nº 5 (2004)), de metraje encontrado (Mil pesetas (2010), Mate Dziecko (2007)), de animación (Composición maquinal (2005), Affeckt (2006)) o performance (Escritura digital nº3 (2003), Permanence (2005)). También son destacables sus trabajos con fotomontajes como En nuestros corazones amores (2007) o Regreso a las estrellas (2005). En ambos casos entramos en un campo de pruebas en el que con más o menos fortuna, más o menos calado, César ensaya efectos y gramáticas que reciclará para trabajos posteriores.

           Avant Pétalos Grillados

Unos años después de La Costra Láctea, Avant pétalos grillados (2007) nos adentra de nuevo en un puré de ciencia ficción. En este caso el mundo de la oficina, de la taquigrafía, de los teléfonos de rueda, de los muebles sesenteros y en general de la tecnología analógica y el diseño industrial moderno, colaboran a crear las formas continuas y las líneas arquitectónicas de las películas de Antonioni. Si El eclipse (1962) se podía definir como película de ciencia ficción metafísica, Avant pétalos grillados es su versión más pop llevada al cortometraje. Un complot marciano para robar cuerpos y aprovechar sus ropas, o simplemente un fuerte deseo de contrastar formas bajo un mismo trabajo.

En 2010 Velasco Broca encuentra a José Val del Omar de la mano de Víctor Berlín y rueda en su compañía Val del Omar fuera de sus casillas y Mil pesetas (2010). La imagen documental cobra un valor más consistente, menos de coña. Quizás por el respeto a frivolizar con el material del maestro, Broca adopta un todo más serio. En el primero, desde un beso rodado por José, se parafrasea su fuga al paroxismo en una experiencia que marcó a su director de fotografía Ion de Sosa como nos muestra con un guiño en True love (2010). En el segundo, Mil pesetas, la belleza de las imágenes de naturaleza del archivo Val del Omar acaban convirtiéndose en formas geométricas que vibran en simpatía a su propia voz. Un viaje hacia la síntesis similar a la que Mondrian llevaría a cabo en las artes plásticas. Si no veis aquí esas intenciones, repasad Composiciones sonoras (2007) para salir de dudas.

No penséis que por todo lo dicho hasta aquí me reconcilio con el autor. Aunque le acompañaría al infierno en el rodaje de sus obsesiones, no dejaría de cambiar de acera si alguna vez me cruzo por la calle con Velasco Broca.

Samuel Alarcón